¿Qué lo motivó? ¿El póster del Porsche 930 Turbo colgado en la pared de la habitación infantil? ¿El tío con su proyecto de restauración de un 911 en el garaje? ¿O el día del descubrimiento de un Boxster en la vitrina de un concesionario? Son momentos y vivencias –a veces fugaces, a veces imborrables– que despiertan nuestra pasión por los automóviles. Después solo deseamos una cosa: comenzar.
Cuando era niño, aprendí a leer y a escribir estudiando los folletos que recolectaba en grandes cantidades en las ferias de automóviles. De adulto quise reproducir como autor y director este entusiasmo de la niñez. Así que creamos los Backseat Drivers, una serie de autos para los más jóvenes, para que interactuaran con los vehículos, se divirtieran y se familiarizaran con ellos. Al fin y al cabo son los conductores del futuro.
Viaje familiar con el Porsche Taycan 4 Cross Turismo
Mientras mi esposa Mirabai y nuestras hijas estaban ocupadas en colocar nuestro equipaje en el maletero y las niñas analizaban interesadas cómo se repliegan las manijas en las puertas, me quedó claro que este viaje –tal vez el primer viaje familiar con el Porsche Taycan 4 Cross Turismo en todo el mundo– podría convertirse en uno de estos momentos memorables. Incluso Cha-Cha, el conejito de peluche de Charlotte, de seis años, parecía tener un brillo especial en los ojos cuando cerramos la puerta del maletero y nos pusimos en marcha en dirección a la naturaleza salvaje de California.
Con la batería cargada y el termo de café lleno, apreté a fondo el pedal de aceleración en la entrada a la autopista Interestatal 5. El vehículo se lanzó a la acción con un chillido, no de los neumáticos, sino de las dos niñas que ocupaban el asiento trasero. ¡Estaban entusiasmadas, radiantes! En estos pocos segundos entendieron qué vamos a hacer con este automóvil y en esta excursión: explorar California sin un rumbo fijo y experimentar este vehículo especial en un paisaje especial. Y cuando el Taycan tomó velocidad me alegré de estar haciendo esta excursión familiar, y de que, a pesar de todo, nadie se quejó de mi selección musical.
Al ascender por la ondulada carretera al Parque Nacional de las Secuoyas, de repente todo quedó en silencio: el viento, las niñas, el mundo. Nos quedamos todos sorprendentemente callados cuando pasamos con tranquilidad entre antiguos árboles majestuosos de 3000 años de antigüedad. Hasta el susurro eléctrico del vehículo parecía ensimismado, como si también él estuviera comprendiendo la excelencia de este instante.
Durante el pícnic, que hicimos sobre un antiguo árbol derribado, nos visitó un enorme y espeluznante insecto que se adhirió insolente a la pintura color cereza del auto. Adeline, mi hija mayor, se apresuró a esconderse detrás de la puerta del maletero, mientras que Charlotte, la pequeña, preguntó si no nos lo podemos llevar. Me sorprende lo diferentes que son las dos. Por si acaso, comprobé que Charlotte no hubiese escondido al animal en la guantera.
Se estaba poniendo el sol cuando llegamos a nuestra cabaña situada junto a la entrada del Parque Nacional de Yosemite. Como un detective en una serie policiaca, examiné el vehículo en busca de snacks olvidados que pudieran provocar que un oso confundiera el Taycan con un comedero, y conecté el enchufe para la carga nocturna. Con ayuda de la linterna de mi teléfono móvil seguí el camino a nuestro bungalow con la esperanza de no cruzarme con ningún ser con garras.
Quien crea que los osos son temibles, debería intentar alguna vez despertar a dos niñas a las cinco y cuarto de la madrugada. Para gozar de la naturaleza no hay otra opción: la aventura no espera. Así que colocamos a nuestras soñolientas niñas en el asiento trasero y nos pusimos en movimiento hacia el Parque Nacional de Yosemite. El amanecer en este grandioso paisaje de una belleza casi surrealista es como un cuadro paisajístico expuesto en la lejanía. O como una imagen en blanco y negro del famoso fotógrafo californiano Ansel Adams que cobra vida con magníficos colores intensos. Yosemite es apabullante, un lugar que nos recuerda discreta pero rotundamente que solo somos un instante en la crónica de la naturaleza. Un lugar en el que casi todo lo que vemos nos va a sobrevivir por largo tiempo.
Vista del Half Dome
Cuando tomamos una carretera de estrechas curvas, Adeline exclamó: “¡Me encanta este auto!”. Bingo. Unos segundos después los árboles dejaron libre una vista majestuosa sobre el Half Dome ('Medio Domo'), la montaña de casi 2700 metros cuya cima se erige unos 400 metros por encima de los frondosos árboles. Al detenernos para ascender por las rocas más cercanas, se oyó a lo lejos el rumor de una cascada. Pensé en los primeros aborígenes que se instalaron en esa zona y en los apasionados activistas que han luchado por su conservación. Y en la afortunada coincidencia de que ninguna de mis hijas tuviera que ir en ese momento al baño.
Antes de abandonar el parque bajamos otra vez del vehículo y nos adentramos en el bosque. En nuestra excursión bajo los árboles, Charlotte volvió a hacer amistad con un insecto. Esta vez era una oruga, a la que llamó Fuzzy y que por suerte no acabó en su bolsillo sino en la corteza de un árbol.
A la mañana siguiente, de regreso a Los Ángeles, recorrimos serpenteando los campos dorados de California, aparentemente interminables. Y aunque pudimos evitar que nos acompañaran a casa los seres vivos más pequeños del bosque, sí que volvemos con un nuevo miembro de la familia: un carísimo oso de madera tallado con motosierra llamado Gunther.
Los viajes por carretera se distinguen por su espontaneidad, la libertad de ir deambulando como te dé la gana y de parar en cualquier lugar. El Cross Turismo estaba en su elemento. En el modo Gravel lo conduje a un pintoresco río donde Mirabai y yo desplegamos un bufé con bayas, queso, salami y pepinillos. Adeline acribilló a la fotógrafa con preguntas sobre la vida en Alemania, mientras Charlotte, cómo no, desenterró un insecto de la pantanosa orilla del río. Ya hemos aprendido a no viajar nunca sin una buena provisión de toallitas húmedas.
Más tarde, en una autopista despejada, Mirabai destacó la suerte que tenemos de poder experimentar juntos este tipo de vivencias. Mire por el retrovisor. Gunther estaba sentado entre nuestras hijas en el asiento del medio con el cinturón de seguridad puesto y me devolvió la mirada con sus ojos de madera. También nosotros nos entendemos y estamos felices de ser libres y viajar.
Con su amplitud de espacio el Cross Turismo no solo promete confort y capacidad, sino también posibilidades. Sobre todo las que inspirarán a la próxima generación de entusiastas que algún día viajarán con sus automóviles por estos paisajes, apasionados por los vehículos emocionantes y enamorados de nuestro planeta. Para mis hijas los días con el Taycan 4 Cross Turismo serán futuros recuerdos, imborrables e importantes. Pues al igual que valoro la velocidad de Porsche, soy consciente de la rapidez con la que crecerán nuestras hijas.
Información
Artículo publicado en la edición número 400 de Christophorus, la revista para clientes de Porsche.
Autor: John Chuldenko
Fotos: Lisa Linke, Matteo Colombo (Getty Images)
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