Aunque algunas personas los consideran desechos, estorbos e, incluso, basura, existe cierta poesía en los automóviles abandonados. Son algo así como las ruinas de una antigua mansión que una vez fue objeto de gran orgullo y símbolo de éxito, pero que hoy es un simple vestigio; un triste remanente de una época feliz.
La mansión es planificada por un arquitecto, construida, inaugurada con una gran fiesta y disfrutada por generaciones, hasta que la falta de atención la marchita al punto de convertirla en ruinas. Asimismo los automóviles abandonados son creados por grandes ingenieros y diseñadores, llevados a producción, estrenados con alegría, admirados, y disfrutados grandemente hasta que una reparación costosa o la negligencia de la falta de uso y mantenimiento los llevan al deterioro. Le sucede a todo tipo de automóvil y, tristemente, les ocurre incluso a grandes joyas como los Porsche.
Al ver los restos oxidados de un gran auto, es inevitable pensar en ese momento triunfal en el que un padre orgulloso lo llevó por primera vez a la casa. O puede que no haya sido un papá; tal vez fue un abuelo quien lo adquirió para premiar a su nieta universitaria, o lo compró un joven profesional cuando consiguió su primer gran ascenso.
Por tanto, muchos vehículos desechados fueron el muy amado primer auto de alguien. Pero jamás es lo mismo un primer auto, que un primer Porsche. Todos de los ejemplares de las fotos que acompañan esta historia se encuentran en Puerto Rico y muy posiblemente fueron para sus dueños ese mágico primer Porsche.
“Aunque ya desechados, algunos de estos autos fueron para alguien su mágico primer Porsche”
Es muy raro toparse con uno y transcurre mucho tiempo entre un hallazgo y otro. Pero están ahí, esparcidos por toda la isla esperando con su gran bellezas a ser redescubiertos.
Una vez el lente de la cámara los captura, se crea un extraño magnetismo que obliga al fotógrafo a volver a visitarlos muchas veces. Es el caso de los trillizos 924 en la árida costa sur; la pareja de 914 en Salinas, el 928 que duerme en un monte de Canóvanas, el 912 Targa relegado a un rincón de un taller en San Juan y el más impresionante de todos: un frágil 356 que tras décadas a la intemperie en un estacionamiento público frente al mar, en 2017 enfrentó la furia del huracán María… y sobrevivió.
Sí, en la ‘Isla del Encanto’ hay muchos Porsche que han llegado al desencanto o simplemente esperan sin prisa a que aparezca alguien que quiera restaurarlos.
Al igual que las casonas en ruinas, estos hijos de Zuffenhausen encierran muchos recuerdos; son los custodios silentes de historias de éxito y de momentos felices ya lejanos. Algunos hasta pudieron ser cómplices de momentos pícaros como un primer beso. Y dado el hechizo que causa un Porsche, muchos primeros besos habrán sido dados y recibidos a bordo de ellos.
Los Porsche olvidados no son simples automóviles decrépitos. Son mucho más que eso. Son piezas poéticas.
Información
Artículo publicado en la edición número 401 de Christophorus, la revista para clientes de Porsche.
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