Una fina lluvia cae sobre la sinuosa carretera de esta colina situada a unas tres horas al norte de Tokio. El aburrimiento llama a la puerta. Cuarenta kilómetros por hora, 40 exactos. De pronto, da comienzo el canto de las ruedas. La carretera musical por la que circulamos por los alrededores de Nakanojō (prefectura de Gunma) premia al conductor por su respeto a la legislación vial con una canción. Es Itsumo Nando Demo, que significa ‘una y otra vez, no importa cuántas veces’. Es decir, igual que la apuesta de los nipones por las carreteras musicales: una y otra vez. En todo el país son ya 33 (10 de ellas solo en Gunma) las carreteras que apuestan por la educación vial mediante buenas vibraciones. Una serie de ranuras transversales fresadas a intervalos variables sobre el asfalto producen una melodía al rodar por encima de ellas: a mayor distancia entre ranuras, más bajos los tonos.
La música se oye mejor con las ventanillas cerradas. Naturalmente, casi todos los japoneses conocen Itsumo Nando Demo, el tema de cierre de la película animada El viaje de Chihiro, del célebre director japonés Hayao Miyazaki. Un placer auditivo de apenas 30 segundos de duración que se despliega al compás de los limpiaparabrisas, convertidos en unos improvisados directores de orquesta. Lo justo para tararear la canción y transportarse momentáneamente a la infancia… o para agonizar entre muecas de dolor como si se estuviera ante una fresa dental de baja velocidad. Así es como lo describen quienes lo padecen. Se dice que incluso hay personas que no sienten nada.
En Japón es habitual utilizar recursos lúdicos para hacer cumplir las reglas. Las ‘melody roads’ encuadran bien en esta cultura: ya que tengo que hacerlo, mejor si es divertido. Cierto es que los excesos de velocidad suenan fatal. De ahí la máxima del país: cuanto más popular sea la melodía, mejor. Pero en la práctica existen algunas composiciones ambiciosas, como la de la ciudad de Akitakata, que colocó una pista rítmica en las ruedas derechas y una melodía en las izquierdas.
A pesar de la gran fascinación que despiertan, uno de estos inventos perturbó el sueño de los habitantes de Kita-Karuizawa (en Gunma) allá por julio de 2012. Los turistas se volvían locos con el tramo musical, pero los vecinos se quejaron con razón. Según las mediciones, el sonido se podía escuchar a 500 metros de distancia. Un año después, el motivo de la discordia fue erradicado con una capa de asfalto. Es uno de los pocos fracasos de las autoridades de seguridad vial de la prefectura de Gunma. No hay estadísticas sobre cuánto contribuyen a apaciguar el tráfico o cuántos accidentes evitan, pero nadie pone en duda sus beneficios para turistas y vecinos, y nadie descarta la posibilidad de construir nuevas carreteras de este tipo.
Combatir el sueño al volante
Fue el ingeniero de caminos Shizuo Shinoda, nacido en 1953, quien en 2004 tuvo la idea de utilizar el pavimento de la calzada con fines musicopedagógicos. Shinoda se dio cuenta de que los graves daños causados por los tractores en las carreteras de los alrededores de su ciudad Nakashibetsu, en la isla norte de Hokkaido, producían interesantes melodías al transitar sobre ellas. En 2007, en colaboración con el Instituto de Investigación Industrial de Hokkaido (HIRI) –que por aquel entonces estaba trabajando en un sistema de alarma por infrarrojos para evitar la somnolencia al volante y el aquaplaning– se construyó en la carretera n° 272, que une Kushiro y Shibetsu, la primera carretera musical basada en ranuras transversales. A 40 kilómetros por hora, solo por 175 metros, se puede oír la canción pop Shiretoko Ryojo.
En la prefectura de Ishikawa existe incluso una carretera musical de 1,2 kilómetros de largo por la que se puede circular a 70 kilómetros por hora.
En las rectas, el sonido es más nítido. Pero lo habitual es que la velocidad sea de 40 kilómetros por hora y la longitud oscile entre 250 y 320 metros, ya que las composiciones sobre asfalto no son precisamente baratas. En función del tramo, pueden costar unos 225.000 dólares. La selección musical es más bien conservadora. Las autoridades locales suelen decantarse por canciones tradicionales de belleza regional.
La canción de la carretera Fuji-Subaru que asciende al Fuji, el más célebre de los volcanes de Japón, es una oda a su grandeza. Los conductores de los alrededores de Kusatsu, aproximadamente 40 kilómetros más allá de Nakanojō, pueden disfrutar de un homenaje en forma de canción al duro y grácil arte de las mezcladoras de aguas termales con sus maderos a modo de remos.
Por su parte, en la carretera que conduce a Takayama en la prefectura de Gunma y al observatorio astronómico se puede escuchar When You Wish Upon a Star. La canción que abre la película de Pinocho debe ser tan conocida como Take Me Home, Country Roads de John Denvers en la prefectura de Fukushima. Por cierto, que el género de la música clásica no funciona en el suelo: un intento con la obertura de Guillermo Tell de Gioachino Rossini fracasó hace años. Nadie reconocía la pieza.
Dos artistas daneses que en 1995 crearon un primer ‘asfaltófono’ se pueden considerar los verdaderos padres de la idea, pero fueron los japoneses quienes la maduraron hasta llevarla a la práctica como método de educación vial. En 2011, el HIRI de Hokkaido patentó la técnica. En casi ningún otro país ha sido impuesta una devoción similar por este entretenimiento. En 2013, la República Popular China fresó el himno nacional en una carretera de la provincia de Henan. Un año después, en 2014, los estadounidenses no quisieron ser menos y presentaron America the Beautiful en Nuevo México.
Por cierto, que no es casualidad que el único intento realizado en Japón de sustituir las melodías por una voz de mando fracasara estrepitosamente: “Atención: curva. Reduzca la velocidad” rechinaban las ranuras en Hokkaido (en el original fonético “Curve desu. Speedo o otoshite kudasai!”); y no muy lejos de allí: “Cuidado: se aproxima un cruce. Por favor, frene”. El policía de asfalto no fue demasiado bien recibido. Demasiada orden. Muy poca música.
Información
Artículo publicado en la revista para clientes de Porsche Christophorus, Nº 386
Entrevista: Uwe Schmitt // Fotos: Theodor Barth
Consumo de combustible
718 Cayman: Consumo de combustible combinado 7.4 – 6.9 l/100 km; Emisiones CO₂ combinadas 168 – 158 g/km