Los Campos Elíseos y el Palacio Presidencial no están lejos, paseamos por donde París está en su momento más elegante, très chic incluso. Se escucha un murmullo de aprobación desde la parte trasera. A mano izquierda, a la altura del mando de la puesta en marcha, aparece de repente un escaparate enmarcado en el color de nuestro coche. Ocho letras doradas indican la casa de moda Givenchy.
Hubert de Givenchy fue el coinventor del clásico «pequeño vestido negro». Es cierto que eso fue más de una década antes que el primer Turbo, pero uno nunca lo diría al ver el famoso vestido. Un clásico. Con prestancia. Atemporal. Apasionante. No le sobra nada ni le falta nada. Por mucho que los tiempos se vayan sucediendo a ritmo de vértigo, siempre ha sido y será una buena elección para casi cualquier ocasión.
Un momento... ¿Seguimos hablando de moda o ya hemos pasado al coche? En cualquier caso, todo gira en torno a un atractivo permanente, a un estilo icónico.
París es un lugar mágico para el Turbo
Hace medio siglo se presentó en sociedad en la Porte de Versailles. El mundo venía de la crisis del petróleo, y en Alemania incluso estaba prohibido conducir los domingos, algo que se palpaba en el ambiente de la feria. Para presentar justo en ese momento un deportivo tan rápido y potente hacía falta mucha confianza en uno mismo. Incluso en la propia Alemania, que acababa de ganar el Mundial de fútbol, muchos albergaban dudas. No obstante, en el comunicado de prensa de Porsche de entonces, se exhibe el orgullo por el Turbo: "A pesar de sus excelentes prestaciones, el nuevo Porsche renuncia a todos los atributos negativos de la máxima potencia convencional. Su equipamiento no es duro o espartano y no se muestra sensible durante el funcionamiento». En aquel octubre de hace 50 años, la tecnología del automovilismo culminaba en el segmento de lujo. Como una categoría en sí mismo, el 911 Turbo asume desde el principio una posición de excepcionalidad. Muchos lo califican como «una autoridad". Siempre ha infundido un gran respeto.
El Turbo es un dechado de coherencia y fuerza, un enorme dinamismo que tiene mucho que ver con el coraje empresarial que hay detrás, ya que para conseguir un producto excepcional no basta con inyectarle potencia. Se requiere también un enfoque interior y, con su marcado carácter, el Turbo encarna los principios Porsche. A veces incluso se toma como un sinónimo de la marca.
El turbo se convierte en una forma de vida.
En la ciudad olímpica de 1924 y 2024, no podemos sino recordar al barón Pierre de Coubertin. Al fundar los Juegos Olímpicos de la modernidad, el parisino abogó por una competición internacional con un lema común para todos: "Más alto, más rápido, más lejos". Muchos están llenos de energía, pero en los Juegos Olímpicos hay que dar el máximo nivel justo en el momento idóneo. ¡Qué idea tan estimulante ver al Turbo recorrer el Stade de France como un as, como el triunfo en la baraja de los coches!
El turbo se convierte en una actitud ante la vida: dar siempre lo mejor de uno mismo, demostrar lo que es posible. El término impregna incluso la vida cotidiana como punto de referencia. En español incluso se habla de "meter el turbo" para referirse a un rendimiento fuera de lo convencional, y hasta las guías de autoayuda le piden a uno que "encienda su turbo". La última versión de la aplicación de IA ChatGPT lleva incluso el calificativo de "Turbo". Se trata de una palabra fuerte o, por así decirlo, de una expresión de fuerza en el mejor de los sentidos.
Hay un viejo dicho alemán que reza: "No se puede vivir solo de aire y amor". Pues bien, parece que el Turbo está dispuesto a llevarle la contraria hasta a la antigua sabiduría popular. ¿Por qué no? En la parte trasera, los gases de escape del motor accionan una turbina que a su vez presiona aire comprimido en los cilindros. En la ciudad del amor, con sus 37 puentes del Sena, todo parece estar interrelacionado en un trasfondo romántico. El disfrute en toda regla es cuestión de actitud, y se traduce en la forma en que cada uno decide pisar su acelerador.
Un auto que roba el aliento
El regreso a París es una especie de historia de amor a toda velocidad, en este caso con un coche que puede dejarlo a uno sin aliento. Las grandes entradas de aire le proporcionan su elixir vital, el oxígeno. La parte trasera parece que da alas independientemente de la perspectiva desde donde se mire. Hasta los inicios de la escuela de conducción deportiva de Porsche se remontan al Turbo, ya que este primer 911 tan enérgico de serie les resulta a muchos difícil de domar. El "tiempo de respuesta del turbo", ese engañoso silencio antes de que el volcán entre en erupción, es actualmente un mero recuerdo lejano, pero todo el que le cogió el truco ya nunca quiso renunciar a él. Todo es cuestión de dominio. Sin embargo, aún después de generaciones y generaciones de Turbo, un probador afirmó: "A sus adeptos les encantará comprobar que sigue siendo un animal".
Ernest Hemingway escribió que París es un festín para la vida. Las calles de Montparnasse le enseñaron al Nobel estadounidense que "El mundo está tan lleno de tantas cosas pequeñas que estoy seguro de que todos deberíamos sentirnos felices como reyes". No llegó a conocer a nuestro rey de los deportivos, pero a buen seguro le habría encantado.
Tras un repaso por la literatura y la ciudad, llegamos al siguiente encuentro histórico con el Turbo: Francia es también la patria de la turbina, inventada hace unos 200 años por el ingeniero Claude Burdin, en su momento aún como rueda hidráulica. "Turbo", que en latín significa "remolino", o su genitivo "turbinis" sirvieron de inspiración para denominar a la máquina de flujo, un descubrimiento que sigue arremolinando hoy en día las sensaciones de los entusiastas del Turbo.
¿Hay algún otro coche deportivo en el que frenar depare una satisfacción similar a la de acelerar? Es una elegancia continuada con un efecto brutal. En el caso del Turbo, lo importante nunca es presumir, sino más bien una sana rebeldía al frenar. Unas propiedades magníficas para todos los que saben afrontar bien la presión sin caer en el estrés. Tranquiliza conocer bien las posibilidades. Efecto, habilidad, capacidad... el espíritu grandioso del Turbo tiene mucho que ver con la prestancia. Con el fino silbido que hace el sobrealimentador al entrar en funcionamiento, parece trasladarse al volante. El Turbo se graba rápido en el oído y desde allí hace vibrar el alma. Incluso Herbert von Karajan, entusiasta director también del volante de su 911 Turbo, reconocía una orquesta en la interacción entre vehículo, ser humano y motor. Armonía en prestissimo. Un sonido con color pleno.
Un Turbo no necesita una meta determinada. De hecho, supone el permanente inicio de un viaje, y no solo desde el punto de vista técnico. Cada generación es consecuencia del progreso y despierta la misma fascinación que envolvió en su día a la presentación en el Salón de París de 1974. No es de extrañar que acelere los pensamientos. El ritmo vertiginoso del día nos hace salir de la ciudad rumbo al regio y delicioso palacio de Versalles, pero esto no es una despedida. Registramos una última frase de Hemingway en el libro de ruta del Turbo: "Si has tenido la fortuna de estar en París siendo joven, entonces te llevarás contigo la ciudad para el resto de tu vida dondequiera que vayas".
Info
Texto publicado por primera vez en la revista Christophorus, número 411.
Autor: Elmar Brümmer
Fotos: Vince Perraud
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