A nadie le habría sorprendido que Paul Casey ofreciera una taza normal de café esta mañana en el desierto de Arizona. Sería algo rápido y estaría bueno, todo normal. Lo que llama la atención es que no es eso lo que ofrece. Este golfista profesional británico prepara un espresso como un cirujano operando a corazón abierto: con la máxima concentración pero sin perder la compostura. Una ceremonia que solo alguien que haya encontrado la paz interior y vital podría realizar con tanto amor por los detalles. Alguien capaz de tomarse todo el tiempo necesario para las cosas que importan.
Casey ha ido expresamente a comprar granos frescos en la tienda de su amigo Nico, amante de Porsche y propietario de la cafetería Fourtillfour. El nombre de este local ("Cuatro para las cuatro"), que en cifras se leería como las 3.56, es una sutil alusión al legendario modelo de Porsche aparcado ante la puerta. Casey supervisa ahora el proceso de molido de los granos como lo haría con el césped antes de un putt. Agrega exactamente 20 gramos de café en un tamiz, presiona con firmeza, calienta durante nueve segundos y presiona hacia abajo el mango de madera durante otros 28 segundos más. Después, posa la taza sobre la mesa y se queda expectante como un jovencito que mira a su padre al presentarle su primer bocadillo casero. El deportista de élite espera una aprobación por parte del invitado después del primer sorbo. Y esta no tarda en llegar. Casey sonríe. Parece una persona completamente satisfecha.
Pero ahora toca dar una vuelta en su Porsche GT3 RS, generación 991. Pasamos frente a cactus y rocas, y dejamos atrás lugares con nombres tan maravillosos como Paradise Valley. Hace 25 años que Casey se mudó a Arizona para no volver jamás: "Como todo adolescente, quería irme lo más lejos posible de mi casa y 8.000 kilómetros sonaban bastante bien. Entonces descubrí lo bonito que es todo esto". No le falta razón: Scottsdale es una ciudad muy animada, llena de restaurantes y bares fantásticos, situada en mitad de un desierto impresionantemente bello, con rutas de senderismo y campos de golf espectaculares. Ofrece un equilibrio del que pocos lugares del mundo pueden presumir.
"Me gusta que cada vez que conduzco sea una pequeña aventura: tomar las curvas siempre un poco más rápido que los demás", comenta entusiasmado dejando rápidamente atrás una rotonda como si fuera sobre raíles. Sus ojos color azul claro brillan: "Un coche tiene que tener carácter, alma. Como el 911 de la generación 996: un coche salvaje y rebelde, único. Hay fabricantes que solo tienen un modelo superlativo. En Porsche, todos y cada uno de los modelos tienen un carácter inconfundible".
El entusiasmo casi pueril de Casey se dispara durante una breve pausa para visitar a otro amigo, un mecánico. En su garaje va saltando de modelo en modelo como un niño en un parque de atracciones con permiso para probar todas ellas. Un Porsche 968 Turbo S de color verde por aquí, un histórico Porsche 911 Targa brillando en negro por allá, un Porsche 912 plateado... Todos ellos están en proceso de mantenimiento o restauración, por lo que dejan al descubierto secretos de su vida interior. Casey fríe a preguntas a los mecánicos. Tiene 43 años, ha ganado 19 títulos como profesional, tres veces la Ryder Cup y ha sido tercero en el ranking mundial, pero bien podría ser Peter Pan en el País de Nunca Jamás. ¿Y no es precisamente eso lo que nos gustaría a todos enseñar a nuestros hijos? ¿Que no crezcan nunca y no pierdan la capacidad de entusiasmarse con las cosas?
En su habitación de Weybridge, la pequeña población cerca de Londres donde se crió, tenía colgado un póster de un Porsche 959 plateado. "Quería ser piloto de carreras y me pasaba el día dibujando coches y circuitos", relata. "Pero se me daban mejor los deportes de palo y pelota. Lo probé casi todo". Así que de niño se pareció más a Roger Federer, que también se inició en varios deportes antes de centrarse en el tenis a una edad relativamente tardía, que a Tiger Woods, su compañero de profesión, cuyo increíble talento para el golf le llevó directo a emprender una carrera profesional. "Cuando era adolescente ganaba más jugando al golf que en otros deportes. Y me gustaba la sensación de ser bueno".
“Quería ser piloto de carreras, pero se me daban mejor los deportes de palo y pelota” Paul Casey
Fue, por decirlo de alguna manera, una especie de selección darwiniana: primero desapareció el jugador de rugby, después el piloto de carreras, luego el tenista... hasta que solo quedó el golfista. De sentarse en la última fila del autobús del colegio pasó a ocupar el asiento de detrás del conductor para tener espacio para su equipo de golf. Muchos deportistas profesionales hablan de fases, de sueños infantiles que se convierten primero en deseos y después en esperanza, de los primeros éxitos y, por fin, de la satisfacción de poder dedicarse profesionalmente a su pasión.
A pesar los éxitos conseguidos, Casey sigue viviendo todas las facetas que le depara su carrera, pero la sedienta ambición de la juventud convive ahora en apacible equilibrio con la serenidad. "Sé que así estoy bien. Pero los cambios internos a otros estados me ayudan a no perder la garra". Quiere seguir ganando títulos, pero ya no necesita que sean tan renombrados como antes. Le basta con superarse a sí mismo en el campo de golf y consumar una buena ronda. Ya lo suponíamos: disfruta más del camino que de la meta.
Paul Casey lleva 20 años dedicándose al golf de manera profesional. Admite que en la primera mitad de su carrera no fue de los jugadores más queridos del tour. "Era muy duro tanto conmigo mismo como con los demás. Era fiero, y fuera del campo no es que me sintiera muy feliz", reflexiona. "Antes pensaba que tienes que parecer duro para ser un buen jugador. Puede que a otros deportistas, como Michael Jordan o Lance Armstrong, les sucediera lo mismo. Pero en algún momento me di cuenta de que podía ser exactamente igual de bueno, o más, siendo una buena persona. Que la serenidad no significaba bajar el rendimiento".
“Antes pensaba que tienes que parecer duro” Paul Casey
Nos habla de un momento clave. Fue en el Abierto de Holanda de 2014. Su hijo Lex había nacido hacía dos semanas. "Yo no estaba jugando bien. De repente, Fabrizio Zanotti recibió el impacto de una pelota en la cabeza. Me asusté muchísimo". Desesperado, durante la siguiente pausa se refugió en la casa club y se preguntó qué estaba haciendo allí. "Pensé en abandonar. Lo único que quería era volver a casa, e incluso me puse a buscar vuelos". Fue Polaina, su entonces prometida y su esposa desde 2015, quien le convenció para que se quedara. "De repente, toda la presión se disipó. Hasta sentí que tampoco pasaba nada por un mal golpe porque, fuera como fuera, al final del torneo volvería de todos modos a casa con mi familia".
Al final, ganó. Tal vez sea una coincidencia que justo en este momento, mientras su padre cuenta la historia, Lex suelte un grito de alegría en el sofá. O que su hija de tres años, Astaria, salte a la piscina como un soplo de libertad, mientras Polaina observa el ajetreo de la casa con una sonrisa. O tal vez no. Tal vez sea otro de esos instantes de equilibrio en la vida feliz y satisfecha de Paul Casey. Con ese toque de estar por encima de todo porque no hace nada por obligación, sino porque quiere hacerlo.
También quiere seguir hablando de su pasión por Porsche. De la potencia concentrada de su GT3 RS negro, que ya ha demostrado antes. Y del hecho que su GT3 RS blanco de la generación 997 pronto volverá del taller, mientras que su tercer GT3 RS de la generación 996 espera a ser transportado desde Inglaterra a Estados Unidos, y pronto le será entregado su Porsche 718 GT4. Cuando piensa en aquel póster que alimentaba sus sueños infantiles le parece todo increíble. Casey se siente agradecido.
Mientras tanto, Lex dibuja tranquilamente naves espaciales de Star Wars. Le interesan más que las charlas sobre automóviles. ¿Qué será de este pequeñajo si algún día también él consigue hacer realidad todos sus sueños? Cerramos la tarde con otro de esos espressos que Paul Casey sabe preparar. Por cierto, una verdadera delicia.
Información
Artículo publicado en el número 396 de Christophorus, la revista para clientes de Porsche.