Cristalino
Silvio Denz en realidad no tiene tiempo. Tiene que preparar una celebración muy especial: el centenario de Lalique. Pero de repente nos lleva a Wingen-sur-Moder, en Alsacia, donde, a través de las épocas de la artesanía del vidrio, descubrimos cómo la transparencia de este material coincide con la forma de ser de este hombre.
Media hora al norte de Estrasburgo, en el peaje de Schwindratzheim, las señales solo conocen una dirección: ¡París! Aunque aún quedan unos 500 kilómetros, si hay que elegir entre París o el resto del mundo, tal vez se elija la capital. Silvio Denz nos contará más adelante que en París uno encuentra de todo, pero muy poco de Francia. Francia está en la campiña. Como aquí, en Alsacia, región fronteriza con Alemania. Dejamos París a la izquierda, Schwindratzheim detrás, y rodamos en dirección al Parque Natural de los Vosgos del Norte, a Wingen-sur-Moder.
Hace 100 años, un parisino –el joyero, artista y artesano René Lalique– llevó la modernidad y la industrialización a Wingen. Muchas décadas más tarde el inversor suizo Silvio Denz salvó de la quiebra la herencia de la dinastía de los Lalique ampliando el negocio con productos exclusivos, abriendo restaurantes con estrella y abasteciendo un museo con la mayor colección de frascos vintage de perfume de todo el mundo. Su trabajo consiste en promover la fama internacional de la prestigiosa marca Lalique y en convertirla en una referencia de calidad y valor, diseño y arte. «Un estilo de vida lujoso, en efecto», constata Denz, de 64 años, «pero no solo caro e impresionante. El éxito únicamente se consigue con calidad. Cuanta más exclusividad, mejor».
Lalique está presente en más de 700 tiendas y exposiciones y cuenta con 30 boutiques propias en todo el mundo. En París, Londres, Beverly Hills, Moscú, Hong-Kong, Beirut o Taskent – y en Wingen, en medio de un bosque de coníferas en las estribaciones de los Vosgos. Tras adentrarnos unos pasos nos vemos trasladados a un siglo atrás en el tiempo. En una oficina ubicada detrás de la planta de producción nos espera el constructor de hornos de barro Olivier Petry, que con la serenidad de un maestro de zen alisa con las manos las superficies de seis hornos. «Un horno tiene una vida útil de cuatro meses», nos cuenta, «tras este periodo está literalmente quemado y entonces comienzo con la siguiente generación».
Lalique es manufactura, eso se ve a primera vista. Artesanía tradicional. En la nave de producción cinco personas recorren siempre los mismos trayectos: entre los hornos de fusión –el corazón de la producción a 1.200 grados– y el horno de enfriamiento enterrado en el suelo. Cada pocos minutos Martial Rinie recibe a sus compañeros, que le acercan la caña de vidriero, y separa con las tijeras la candente masa de vidrio. Un trabajo de precisión que requiere una gran concentración, como el mecanismo de un reloj.
250 trabajadores producen, empaquetan y distribuyen cada año más de medio millón de piezas artesanales únicas. Joyas y frascos de perfume, obras de interiorismo y decoración como candelabros de cristal, jarrones o taraceas para muebles. La fantasía no tiene límites y algunos objetos ocupan cientos de horas de trabajo.
Tradición:
desde hace 20 años, Silvio Denz conduce un Porsche 911 Turbo S, siempre negro. En Wingen-sur-Moder convirtió la Villa René Lalique, construida en 1920, en un elegante restaurante.
Desde 2008 Denz ha invertido más de 25 millones de euros en la sede de Wingen. La productividad ha crecido, pero sobre todo ha incrementado considerablemente la calidad. «No queremos producir decenas de millones de unidades. Cada pieza es única. Aun cuando algunas son parecidas, si se observan bien se encuentran detalles que las diferencian. Nosotros transmitimos el savoir faire y los conocimientos técnicos y damos continuación a la tradición».
Primero, René Lalique industrializó el frasco de perfume. Los talleres de vidrio de la Alsacia funcionaron durante años a pleno rendimiento. Cuando en 1994 el Groupe Pochet se hizo cargo de la empresa familiar Lalique, la empresa parisina especializada en envases para cosméticos creyó que iba a poder aprovechar sinergias. Pero el futuro, como reconocería 15 años más tarde Silvio Denz, no se encontraba en la producción en masa introducida antaño por René Lalique, sino en la exclusividad. La primera imagen de Denz es conciliadora. No es alguien que pronuncie grandes palabras o aparezca siempre rodeado de su séquito. Concierta las citas personalmente al teléfono. Le importa el contacto directo. Cuando se hizo cargo de Lalique, el entonces director en París insistía en un modelo de empresa jerárquicamente organizada con una estricta cadena de mando de arriba a abajo. Las informaciones tardaban una eternidad en volver a llegar arriba. Cuando Denz introdujo su estilo cooperativo de gestión el director se quejó: «Está socavando mi autoridad». Denz despidió a toda la junta directiva. «Soy un team player. Estoy convencido de que juntos podemos alcanzar mucho más. No me importa cuál de nuestros 720 empleados me da la información, lo único que quiero es que se me informe de manera rápida y competente».
Manufactura:
el vidrio líquido que sale del horno de fusión adquiere formas fantásticas elaboradas artesanalmente. Los moldes de fundición se preparan con escoplos, martillos de madera y muchísima delicadeza.
Durante el almuerzo en el Château Hochberg en Wingen –el tercer local para gourmets iniciado por Denz junto al restaurante Villa René Lalique, galardonado con dos estrellas, y Château Lafaurie-Peyraguey en Burdeos– el empresario comienza a hablar de su padre. La familia no era pobre, pero tampoco rica. ¿Cómo se convirtió Denz en el famoso multiempresario que es ahora? «Mi padre decía: ‹Los idiomas son las puertas de la vida. Si no sabes idiomas la gente te tomará el pelo›». Aprendió inglés en Milwaukee, francés en Lausana y comenzó la típica carrera suiza como empleado de banca en el Banco cantonal de Basilea. Más bien por error entró en un negocio familiar y convirtió la empresa de ocho empleados en la cadena de perfumerías Alrodo con 800. Cuando se le pregunta qué se necesita para obtener el éxito, menciona las típicas virtudes: una formación sólida, dedicación y trabajo duro. En lugar de valor dice «riesgo calculado», con independencia de si se invierte en viñedos en Burdeos o en whisky escocés.
En 2008 Lalique era deficitaria. Denz estaba familiarizado con el negocio del perfume y comprendió rápidamente: «Una facturación de ocho millones de euros en perfume no es suficiente. No ganaríamos dinero hasta que no consiguiéramos duplicar o triplicar esta cantidad. Hoy la hemos cuadruplicado. El negocio de la perfumería es el pilar principal».
Hace 100 años René Lalique se instaló en Alsacia con su artesanía del cristal. Actualmente Silvio Denz conserva el legado con algunas transformaciones.
Esto es lo que caracteriza al visionario: que reconoce y aprovecha las oportunidades, que combina aquello que a primera vista no es combinable. A Silvio Denz no le interesaban ni el whisky ni los objetos de vidrio. Pero su pasión por los frascos de perfume le abrió un nuevo campo de negocio. Denz: «En principio no quería hacerme cargo de la producción de vidrio de Lalique y nunca me había planteado trabajar con whisky. Pero mi cliente Macallan me dijo que el whisky que estaba madurando en los viejos barriles comenzaba a escasear y que quería mantener los precios elevados. Por suerte yo disponía de la producción de cristal, así que incrementamos cualitativamente el valor de la botella. En 2003 vendimos la primera por 5.000 dólares». En la actualidad Lalique embotella whisky en botellas de vidrio que desde hace tiempo son objetos de coleccionista y cuestan hasta 70.000 euros.
¿Dinero? ¿Riqueza? Denz niega con un gesto. Necesita dinero para pagar a su plantilla. Para seguir ampliando el negocio. En la sociedad te tasan: «Estás en una lista de ricos y te definen por tus propiedades materiales». No, el dinero no hace la felicidad. «Te vas a las Maldivas y decides ser feliz. Pero luego la comida está en mal estado y sufres una descomposición. La felicidad no se puede comprar, la felicidad de verdad viene de dentro».
Suena casi calvinista. También el hecho de que Silvio Denz evite las apariciones públicas y consiga vivir totalmente libre de escándalos es algo que casa bien con la imagen de hombre de negocios disciplinado. Pero detrás de esto se oculta un cierto excentricismo. Posee una licencia de vuelo y tarjeta de buceo (el nivel más elevado), conduce desde hace 20 años un Porsche 911 Turbo S, y ya va por el cuarto, todos negros. En Burdeos le espera un Porsche Panamera. Y está pensando en un Taycan como próximo deportivo. Al igual que de los frascos de perfume le gusta la delicadeza femenina, siente como masculina la potencia de sus Porsche.
«Los extremos y el equilibrio son importantes. Solo se puede valorar la felicidad cuando alguna vez se ha carecido de ella». Su sentido por el negocio está compensado por sus pasiones. A Denz le entusiasman la arquitectura y el arte. Coopera con Elton John, Damien Hirst y el artista de la luz y el espacio James Turrell, además de haber trabajado con Zaha Hadid, Anish Kapoor y muchos más. Con su estilo perseverante y a la vez simpático convence a todos. Es perfectamente creíble cuando afirma: «Trabajé hasta los 24 años. Desde hace 40 me dedico a lo que me gusta». Lo demuestra, sin duda, su apego por la tradicional sede de Wingen en la campiña francesa. Muy lejos de París y más allá de Schwindratzheim.
Datos de consumo
911 Turbo S Cabriolet
-
12.5 – 12.1 l/100 km
-
284 – 275 g/km
-
G Class
-
G Class