Unidos por una pasión
Dos generaciones, una marca. Visita a la familia Ingram y su fantástica colección de Porsche en Carolina del Norte. La conversación gira en torno al amor por la marca... y la pesadilla de todo coleccionista.
Hay lugares en los que la magia se puede palpar, lugares que llevan consigo un pedazo del pasado y lugares que parecen una promesa de futuro, como si su gran momento estuviera aún por llegar. Quien tenga la suerte de poder ver en primera persona la colección automovilística de la familia Ingram sentirá una mezcla de los tres: magia, pasado y futuro. Robert «Bob» Ingram y su mujer, Jeanie, empezaron a coleccionar Porsche a finales de los años noventa. Hoy, con 80 selectos modelos, su colección abarca los más de 70 años de historia de la marca. El matrimonio, residente en Durham (Carolina del Norte), comparte su pasión por Porsche con sus hijos Rory y Cam. Un amor intergeneracional.
La magia
Recorrer su colección es como hacer un viaje en el tiempo: desde uno de los primeros coupés fabricados en Gmünd (Austria) hasta modelos más recientes como el Porsche 911 Speedster de la generación 991 de 2019. «Estamos muy orgullosos de nuestra colección, pero al mismo tiempo sentimos que es un honor poder cuidar de estos coches», confiesa Bob, de 78 años, con los ojos brillantes. Siempre tiene en mente a los antiguos propietarios, su orgullo y su entusiasmo, sobre todo en el caso de los modelos más antiguos. «Queremos conservarlos con ese mismo espíritu», dice que se lo debe a las personas y a los coches. «Ninguna otra marca en el mundo tiene una comunidad de fans tan fiel», explica. Eso es algo que le fascina de Porsche. «Lo mejor de todo son las historias que cuentan los coches», continúa su hijo Cam, «lo cual puede abarcar desde la exitosa carrera en competiciones de un modelo en particular hasta la conmovedora biografía de algún propietario. Gracias a la colección, pasamos a formar parte de la historia contemporánea, la de los coches y la de las personas».
La familia quiere mantener «viva» la colección, y eso tiene un doble significado para ellos. En primer lugar, quieren que los coches salgan del garaje y circulen por la carretera, ya sea en salidas familiares de fin de semana, o en reuniones de clubes o carreras. «Queremos que sigan funcionando», explica Bob. Todos los automóviles, incluidos coches de carreras como el Porsche 906 Carrera 6 de los años sesenta, tienen permiso de circulación, menos uno: el exclusivo Porsche 935 reeditado, del cual tan solo se construyeron 77 ejemplares, solo puede circular en eventos de clubes o en sesiones de entrenamiento en pistas privadas. Y, en segundo lugar, la colección debe acoger eventos solidarios, ya que los Ingram quieren compartir su pasión con los demás. «Nuestra idea siempre ha sido crear un lugar donde la gente se sienta cómoda. Un lugar bonito, rodeado de arte y recuerdos», explica Jeanie.
«Sentimos que es un honor poder cuidar de estos coches». Bob Ingram
Los orígenes
Cada vez que se sienta al volante de alguno de sus muchos Porsche, Bob siente como si regresara a 1971, la primera vez en que se subió al Porsche 911 S de un amigo. La experiencia le dejó huella: «Al arrancar el motor, se desencadenó una sinfonía de ruidos mecánicos», recuerda. Tras 45 minutos en el asiento del copiloto, el joven Bob tuvo el privilegio de poder ponerse él mismo al volante. «Estaba tan nervioso que se me caló», relata con una sonrisa, «pero estar allí dentro, con aquel olor, aquel sonido... era una sensación única». Nada más llegar a casa, le dijo a Jeanie: «Algún día conduciré un Porsche».
Pero para eso aún quedaba un largo camino por recorrer. Había cosas mucho más apremiantes para la joven familia. Bob creció en Charleston, una provinciana localidad de Illinois, en el seno de una familia «humilde». El primer dinero que ganó fue en la tienda de su madre soltera, a dos manzanas de la escuela. «Decidí guardar el dinero para comprarme el coche más chulo de toda la ciudad cuando por fin me sacara el carné», relata sonriente. De siempre le habían gustado los coches, iba a ver las carreras de Indianápolis o Sebring, e incluso a veces se permitía batirse en carrera con sus amigos.
En el plano profesional, la fortuna le sonrió. Tras terminar los estudios, Bob inició una carrera meteórica como representante farmacéutico con la que llegaría a las altas esferas del sector. Durante muchos años, estuvo al frente como CEO de una de las mayores compañías farmacéuticas del mundo, con todo lo que conlleva la vida de alto ejecutivo. «Nos mudamos 19 veces», explica, «les estoy enormemente agradecido a mi mujer y a mis hijos por soportarlo». Jeanie lo rememora con serenidad: «Fue una época de locura, pero la unión de la familia siempre fue lo primero».
Bob se jubiló, pero no se apartó del negocio. Aún hoy sigue siendo socio de una empresa de inversión farmacéutica, pero por fin pudo dedicar más tiempo a su pasión: Porsche. A un Porsche 911 Carrera Cabriolet (generación 964) azul oscuro pronto se le sumó un 911 Carrera Coupé (generación 993) en color amatista metálico y, a finales de los noventa, un 911 Turbo S Coupé (generación 993). «El resto es historia», comenta Ingram senior radiante. «Lo que más me gusta sigue siendo poder compartir la pasión con mi familia». La familia entendida en el sentido amplio de la palabra: «Hemos encontrado grandes amigos dentro de la comunidad de fans de todo el mundo».
La próxima generación tiene sus propias ideas. Su hijo Rory gestiona la colección y ha montado la Ingram Driving Experience, un grupo de amantes de los deportes de motor que se reúnen en eventos de carreras a los que acuden personalidades como el expiloto oficial Mark Webber. El hijo pequeño, Cam, también se dedica a los modelos especiales.
«Gracias a la colección, entramos a formar parte de la historia contemporánea, la de los coches y la de las personas». Cam Ingram
La catástrofe
En abril de 2019, la familia vivió una pesadilla cuando una tubería de gas explotó frente al garaje donde se encontraba gran parte de la colección. Además de lamentar la muerte de dos personas, el edificio de al lado quedó completamente destruido y el salón de los Ingram se vio muy afectado: el tejado se derrumbó y dañó la mitad de los valiosos automóviles. «Fue el día más triste de nuestras vidas», recuerda Bob. «Nuestros pensamientos siguen con las personas que resultaron heridas y con las familias que perdieron a sus seres queridos».
La reconstrucción
El balance de daños para los Ingram: cuatro vehículos tan dañados que parecían imposibles de salvar, incluido uno de los rarísimos Porsche 356 B Carrera GTL Abarth. Este ejemplar especial es original de Suecia. Vehículos de este modelo consiguieron en su momento grandes éxitos en carreras legendaras como la Targa Florio o las 24 Horas de Le Mans. Solo el valor de ese coche se cuenta por millones. Pero lo que más preocupaba a la familia era una cita: estaba prevista la participación del Abarth en el Concours d’Elegance de Pebble Beach, una de las competiciones de automóviles clásicos más prestigiosas del mundo. Solo quedaban cuatro meses para el evento principal, al que solo se asiste por invitación. «Era un honor enorme para nosotros», resalta Bob. De pie frente a los coches destrozados, preguntó a Cam: «¿Nos da tiempo?». «Tuve que admitir que no lo sabía», confiesa Cam. «Fue muy duro».
Las semanas que siguieron al accidente, él y su equipo prácticamente vivieron en el garaje, con jornadas de hasta 16 horas, reconstruyendo el coche desde cero. «Tuvimos la suerte de que en realidad nunca había sufrido ningún daño serio a pesar de su gran historial en las carreras. La carrocería de aluminio y el chasis seguían en perfectas condiciones», explica Cam. «Lo que nos salvó fue precisamente eso, que no tuviera los daños típicos de los coches de carreras de su época. Gracias a ello conseguimos hacer en cuatro meses lo que si no hubiera llevado años».
Justo a tiempo para la flamante comparecencia en Pebble Beach. «Fue un momento muy emotivo», confiesa Bob, «esta experiencia nos unió aún más como familia». Cam dice que de su padre aprendió a preguntarse cuáles eran sus objetivos y qué estaba dispuesto a hacer para conseguirlos. Para él aquí el objetivo estaba claro: conservar la magia de la colección. Por la familia, por el futuro, por el amor a Porsche.
En Pebble Beach, el titánico esfuerzo se vio recompensado en el Concours d’Elegance con una victoria de clase para el 356 B Carrera GTL Abarth, perfectamente restaurado. Mientras recorría con su padre el césped de Pebble Beach para recoger el trofeo de honor a bordo del coche ganador la situación se le antojaba «casi surrealista». «Esa voluntad de no rendirse nunca es muy típico de Porsche, está en el ADN de la marca», resume Bob. «Mientras haya una oportunidad, simplemente no te rindas».
Y seguro que volvió a asaltarle aquel recuerdo de un día de 1971 dentro de un 911 S.