Contacto visual
¿Qué ocurre en la cabeza de los peatones cuando ven el nuevo Porsche 911?
En busca de la respuesta en la calle Maximilian de Múnich.
km 106–387
5. Ludwigsburg
6. Múnich
Al pasar por delante de él, la mirada repara en el objeto. El peatón queda desconcertado sin saber, de primeras, por qué falla el proceso habitual de mirar, registrar y seguir andando. De repente se da cuenta: ¡Debe tratarse de un coche nuevo!
Ha vuelto a producirse el hechizo. Y es que, a pesar de la complejidad del cerebro del ser humano moderno, resulta muy fácil seducirlo. Basta con mostrarle algo desconocido y nuevo para que reaccione inmediatamente con entusiasmo.
«Brain likes novelty»: la ciencia ha comprobado que al cerebro le gustan las novedades. La visión de algo nuevo, ya sea un coche, un reloj o un móvil, excita inmediatamente el cerebro del observador. La dopamina se dispara, el sistema de recompensa del cerebro se activa y con ello aumenta enormemente la posibilidad de que echemos una segunda o tercera ojeada. Todos conocemos esta sensación. La cuestión es por qué ocurre y qué utilidad tiene para el ser humano esa fijación obsesiva con lo nuevo.
La respuesta simplificada es que de lo nuevo podría emanar algún peligro. Por lo general, a la gente le gusta lo que le resulta familiar. Así era ya en la Edad de Piedra y así continúa siendo a día de hoy en nuestro urbano y cosmopolita siglo XXI. Lo importante es que todo sea seguro y comprensible y todo esté bajo control.
Nuestro cerebro está constantemente haciendo predicciones sobre nuestro entorno y evaluando lo que podría pasar en el próximo instante. Esto nos ayuda de forma decisiva para movernos con éxito por el mundo con el menor esfuerzo posible. Pero si inesperadamente vemos algo nuevo y desconocido, saltan las alarmas. Se ha producido, por así decirlo, un fallo en la predicción y de repente sentimos que ya no todo está bajo control.
En nuestros tiempos modernos, esta reacción la puede provocar un nuevo Porsche, el iPhone XS o la presencia de George Clooney al otro lado de la calle. Para el neandertal, hace entre 30.000 y 130.000 años, no habría sido George Clooney sino un depredador. ¡Peligro de muerte! Y por tanto todos los sistemas se ponían de inmediato en alerta.
Lo que antes nos salvaba la vida nos produce hoy un cosquilleo nervioso y sensación de bienestar, pues lo nuevo nos hace segregar dopamina, un neurotransmisor del sistema nervioso central con un efecto predominantemente activador. La dopamina se encuentra detrás de nuestros deseos más ocultos: el amor, la libido o la pasión. A comienzos de nuestro milenio, científicos de la universidad de Bonn comprobaron que simplemente con ver fotos de coches deportivos se activaban en el cerebro las zonas de recompensa, en las que generalmente se segrega dopamina.
Pero, ¿cómo nos damos cuenta de lo nuevo? Evidentemente como más grande, ruidoso y colorido sea un coche, mayor es la probabilidad de que registremos su presencia. Si su motor ruge al deslizarse por la calzada, la mayoría de los peatones se dan la vuelta. Pero esto no es tan sencillo como parece, pues para ello entran en acción los llamados detectores de atención: zonas del cerebro que, en permanente interacción, evalúan la importancia de un estímulo sensorial. Si lo evalúan como «relevante», estos detectores se encargan de que miremos atentamente. En este contexto, las emociones desempeñan un papel primordial. Los expertos parten de la base de que el 95% de tales decisiones vienen determinadas por las emociones. Por ello es muy posible que un hombre o una mujer se acuerde inconscientemente de cuando, décadas atrás, la imagen de un 911 garantizaba completar la colección de cromos. Un recuerdo que, mucho después, determina el comportamiento en cuestión de milisegundos y sin que intervenga la razón.
Pero en los niños todavía no se dan las condiciones que propician este proceso mental. Simplemente se entusiasman cuando ven un modelo nuevo de automóvil y se abalanzan sobre él con curiosidad. El viejo spot publicitario de Porsche donde se mostraba a un niño apoyado en un 911 con la nariz pegada al cristal no es ficción, sino realidad. No deja de sorprender cada vez que se ve a niños, incluso muy pequeños, que ya saben reconocer un Porsche. Esto indudablemente tiene que ver con el carácter iconográfico del diseño, que constituye la imagen del deportivo por excelencia.
Reconocer un Porsche lleva automáticamente a la marca Porsche. En cuestión de décimas de segundo, esta marca influye sobre nuestro proceso de percepción. ¿Qué asocio con la marca? ¿Qué imagen tiene? ¿Despierta simpatía? Aquí interviene el acervo cultural y social que tenemos guardado en nuestro cerebro social, que hace que ya no veamos un simple coche, sino un objeto de deseo, una forma que simboliza prosperidad y éxito, pero sobre todo libertad. El ansia de traspasar fronteras es intrínseco al ser humano desde hace miles de años. Al parecer tiene su razón de ser y por eso se ha conservado.
En nuestro caso concreto, esto significa que la visión de un Porsche nuevo permite evadirse brevemente de la realidad y soñar despiertos con una vida diferente.
Aquí no influye si el observador se puede permitir económicamente un Porsche o no, pues esta marca cuenta con admiradores en todos los segmentos de la sociedad. De forma espontánea, nuestro cerebro evalúa automáticamente un nuevo modelo como algo relevante y positivo. Con toda seguridad, a nivel emocional hay en el mundo muchos más conductores de Porsche que los recogidos en el registro de clientes de los concesionarios.
¿Qué reacciones y sensaciones despierta la visión del nuevo 911? Sorpresa y admiración, naturalmente. Así como curiosidad, entusiasmo y alegría. Seguro que a veces también cierta envidia y frustración ocultas, pero según mi experiencia, con el 911 esto ocurre pocas veces. La singular aceptación del automóvil de Zuffenhausen es transversal a todos los estratos de la sociedad.
El ansia de traspasar fronteras es intrínseco al ser humano desde hace miles de años. Al parecer tiene su razón de ser y por eso se ha conservado.
La singular aceptación del automóvil de Zuffenhausen es transversal a todos los estratos de la sociedad.
Nuestro cerebro social no duerme nunca. La parte de nuestro yo que compara constantemente nuestro estatus social con el de los demás influye en gran medida en la percepción de un coche nuevo de este tipo. Lo importante es el propietario del objeto de deseo.
Si reconocemos alguna similitud entre el propietario de un 911 y nosotros mismos, ya sea en edad, aspecto físico, ropa, reloj, forma de hablar, mascota o pegatina del equipo de fútbol favorito, entendemos que, en teoría, nosotros también podríamos ser uno de ellos. Y en ese momento, nuestro cerebro envía una señal de recompensa a nuestros neurotransmisores que nos hace sentirnos bien y quedarnos mirando.
Lo extraordinario del 911 es que este deportivo que únicamente un reducido porcentaje de conductores posee se perciba como una imagen social propia. Se está orgulloso de él, aun sin ser su propietario. Es un amigo famoso al que se conoce desde hace tiempo. De los tiempos de los cromos de coches.
Leonhard Schilbach
Which Neural Mechanisms Are Taking Place During Social Interaction of Individuals?