La cámara del tesoro
Exposición arqueológica y finura arquitectónica: el parking de la Ópera de Zúrich es un museo moderno que a la vez relata una historia de más de 5000 años de antigüedad. Acompañamos en el turno de noche al vigilante en su puesto de trabajo subterráneo.
Viernes por la tarde en Zúrich, en plena llegada de la primavera: hoy el público puede elegir entre tragedia y comedia. Lo trágico se representa arriba, en la ópera: Diálogos de Carmelitas de Francis Poulenc, una tragedia en tres actos sobre la época de la revolución francesa. Como colofón a la velada, 16 monjas son guillotinadas en el escenario.
O también se puede optar por una opera buffa, es decir, una comedia: el monólogo que representa el agente Rico abajo, en el parking. En efecto, Rico Würfel es el vigilante. Y su puesto de trabajo subterráneo relata una historia fascinante.
Cuando Würfel baja por la entrada en su 911 Turbo S Cabriolet blanco, el deportivo se incorpora perfectamente a la fila de vehículos que le confían los espectadores de la ópera. El vigilante no parece precisamente un hombre parco en palabras. Würfel es un talento comunicativo que alcanza su máxima expresión no solo al hablar de su 911. En cierto sentido, podría decirse que este es el escenario subterráneo de Rico Würfel. La escenografía no falta, desde luego, puesto que el Parkhaus Opéra es un lugar muy poco convencional. Por eso estamos aquí. Queremos saber qué ha sido de los secretos de más de 5000 años de antigüedad que en su día estaban enterrados aquí.
El parking más noble de la metrópoli suiza requirió nada menos que trece años de planificación y construcción. Ahora está oculto en el subsuelo y solo la llamativa entrada despierta la curiosidad y anuncia un mensaje de finura arquitectónica. La particularidad radica en que el teatro de la ópera está en la punta norte del lago de Zúrich y el garaje subterráneo se integró directamente en el agua. La planta superior de la construcción de dos pisos se encuentra hasta dos metros y medio por debajo del nivel del agua.
En la ciudad, famosa en todo el mundo por las cajas fuertes de sus bancos, el parking también parece una especie de caja fuerte, vigilado por 66 cámaras las 24 horas del día. Aquí, bajo la Sechseläutenplatz, 288 vehículos encuentran provisionalmente un puerto seguro. Deportivos, berlinas y descapotables se dejan con confianza en manos del vigilante. Naturalmente, uno puede encogerse de hombros como Bettina Auge, portavoz de prensa de la ópera: «¿El parking? Aparcas allí el coche y sales pitando». Pero para Würfel es mucho más que eso. A sus 52 años, lleva seis trabajando aquí, bajo tierra. Y, como veremos en unos momentos, consigue que el bonito edificio funcional bien iluminado sea un lugar mucho más amigable.
No hay tiempo que perder, está pendiente la ronda de control con el colega del turno de la mañana. Würfel se lo toma con calma. Por supuesto, el trabajo también tiene sus cosas no tan agradables: limpiar la planta superior, sacar los tiques atascados en la máquina... Y, sin embargo, es un trabajo con una amplia libertad y muchas circunstancias imprevisibles. «No sé lo que es el aburrimiento en mi vida», afirma el vigilante, «nunca sabes lo que va a pasar. Por eso es tan atractivo». Y, sin embargo, sí sabe mucho... Conoce muchas cosas de su público y las localidades, de la ópera, del Bernhard-Theater y del club musical Mascotte.
La tarde avanza, pronto sonará el gong y las monjas iniciarán su camino al cadalso. Los últimos rezagados llegan al parking a toda prisa. Würfel recorre su coto vedado. Tejador de profesión, lleva veinte años viviendo en Suiza. Creció en la antigua RDA, en la localidad de Fráncfort del Óder cerca de la frontera polaca. Cuando cayó el muro de Berlín tenía 19 años. Sin embargo, Würfel se quedó. Por aquel entonces, soñaba con tener un Porsche y con un gran futuro aún por escribir. «Con 32 años me fui del país», comenta. «Decidí sencillamente conducir hasta aquí con mi amigo Michael y me puse a buscar trabajo. Sin embargo, encontré mucho más». Würfel se quedó, conoció a su actual mujer, adoptó a su hijo y encontró por fin el puesto en el parking. «Me gusta hablar, soy comunicativo», afirma con una sonrisa de satisfacción. «Es justo lo que se necesita para este trabajo. Naturalmente, también hace falta un poco de suerte». Tiene un trabajo a prueba de crisis e inclemencias del tiempo. Würfel, el tejador, trabaja ahora bajo tierra. Cuando empieza su turno por la mañana, siempre espera con curiosidad descubrir qué tiempo hace arriba a mediodía.
Al mismo tiempo, Würfel es también vigilante del museo. Nos acompaña al otro extremo del garaje, donde penetra en el lago, y anuncia: «Aquí está el museo arqueológico integrado en el parking». Ahora vamos a conocer toda la historia de este lugar tan excepcional. Cuando en su día llegaron las excavadoras y empezaron a cavar la zanja del parking, sacaron a la luz numerosos artefactos de trascendencia internacional. En efecto, lo que encontraron aquí los arqueólogos se dató en la Edad de Bronce, es decir, hace unos 5000 años. Inmediatamente se decretó una interrupción de las obras durante nueve meses y un equipo de hasta 60 arqueólogos se dedicó día y noche a poner a buen recaudo los vestigios. Los investigadores descubrieron pronto que este lugar donde hoy encuentran cobijo provisional los vehículos ya estaba habitado en torno al año 3234 a. C. Los restos de los asentamientos, óptimamente conservados en el lecho húmedo del lago, pertenecen a toda una serie de palafitos de la región de Zúrich. Un hallazgo sensacional que incluye la segunda puerta de madera conservada más antigua del mundo, unos 20 000 huesos de animales y herramientas prehistóricas como cazos, arcos o buriles. Actualmente, los antiguos asentamientos de la región son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
El parking es ahora un lugar para descubrir, y en él se reúne la arquitectura moderna con la arqueología. Sobre la rampa de entrada, una escultura del artista suizo Gottfried Honegger da la bienvenida al público de la ópera, y las paredes insonorizadas de color azul noche emulan la forma de un telón. Sobre las paredes se proyectan instalaciones de música y vídeo que crean un ambiente teatral. Enfrente, en el lado del lago, se puede visitar ahora la «ventana arqueológica». En vitrinas de cristal hay expuestas reliquias con 5000 años de historia a sus espaldas. Tras pasar casi una eternidad en el suelo húmedo, ahora están pulcramente ordenadas: una red de pescador, una capa, sombreros, hojas de buril y artefactos de madera, hueso y cornamenta de ciervo. Son las posesiones de las personas que en su día vivieron aquí en un asentamiento de palafitos sobre el lago. En la actualidad los coches aparcan debajo, y entre una y otra imagen han transcurrido milenios. Es increíble cómo la historia se adentra muchas veces en el presente.
El diseño subterráneo es el preludio festivo que da paso a la ópera.
Aquí, en el Parkhaus Opéra, está casi al alcance de la mano. Würfel nos lleva ahora a su ronda nocturna, cierra las puertas de acero y detrás se oye el zumbido de la técnica y el murmullo de las tuberías de agua. En su cabina de vigilante, observa el monitor que reproduce la imagen de las cámaras. Una noche tranquila. Würfel mira por la ventana hacia el mar de coches. También él tiene su propia colección. «¡Pero contemporánea!», exclama mientras mira hacia su 911 blanco. «Seis Porsches...», exclama entre risas, «¡uno detrás de otro!». El propio Würfel es consciente de que no muchos vigilantes conducen Porsches. «Durante mucho tiempo, el deportivo no fue más que un sueño de la infancia, pero logré prosperar en los negocios y hacer realidad mis sueños».
Arriba, en el escenario, la tragedia acaba de llegar a su dramático fin y estalla una ovación atronadora. Pronto se escucharán abajo los primeros motores cuando el público empiece a circular de regreso a casa. El turno de Rico Würfel también ha acabado. Su aplauso es el rugido de los motores de gran cilindrada. «Aquí he encontrado la felicidad», afirma como despedida. Aquí, en Suiza, bajo la ópera. Entonces, las luces traseras de su 911 se pierden en la noche de Zúrich.